El problema de los mensajes constantes de odio y violencia

«El odio es una tendencia a aprovechar todas las ocasiones para perjudicar a los demás.«
Plutarco                                                                                                             

Los mensajes permanentes de odio sensibilizan a las personas que por sus procesos de personalidad, sus instintos primitivos y sus sistemas de creencias presentan mayor susceptibilidad para emocionar odio.

Eventos observables de agresiones verbales, peleas públicas constantes, juegos  virtuales violentos y contenidos visuales con gran carga agresiva aumentan aún más el bombardeo mediático que recibe la población a través de los medios convencionales.

Dos cazadores en la Edad de Piedra corren tras una presa. Cuando la alcanzan, el primero duda un instante, pero el segundo la caza y se la lleva. Sin embargo, el antes exitoso luego se enfrenta erróneamente con un tigre, es comido por el animal y ya no deja descendencia, mientras que el otro, dudoso, huye. Agresión y temor, dos caras de la misma moneda: la toma de decisión de la actitud de lucha. La agresión es un motor instintivo que lucha contra el miedo. Esta conducta, con bajo umbral para las actividades violentas, puede tener un sustrato cerebral y genético. Aunque, como sucede en general, no depende únicamente de esto, pues no se pueden obviar los factores ambientales y culturales. Existe un área de la zona anterior del hipotálamo que, al estimularse, produce una clara conducta de ataque en el animal, así como un aumento de la respiración y de la frecuencia cardíaca, etc. (señales de preparación para la lucha). Esta conducta relacionada con la pulsión agresiva en los animales se encuentra regulada en el ser humano a partir del desarrollo de la corteza asociativa y fundamentalmente en un sector de ellas llamado lóbulo prefrontal (específicamente la parte orbitaria), en donde se produce un control de la cuestiones impulsivas.

Cuando estas cortezas se lesionan (cuando mueren las neuronas por lesiones externas o por enfermedades que generan mecanismos desaparición neuronal) o se inhiben funcionalmente por un tiempo, como en el caso del alcoholismo, estas posibilidades inhibitorias llevan como consecuencia a conductas con agresiones desmedidas. Se ha planteado además que podrían existir genes que regulan la agresividad: los que regulan al neurotransmisor Serotonina o genes para una enzima llamada MAO al alterarse provocarían mayor tendencia a las actitudes violentas. Otros trabajos muestran que el aumento de testosterona (hormona masculina) podría ir acompañado de aumento de conductas violentas, sea porque se la indicó como tratamiento o porque la persona padece de hipersecreción de la misma. No obstante, hay que tener mucho cuidado porque existen trabajos serios en los que no puede considerarse a la genética como único factor. Además, en general existen múltiples genes que regulan ciertas conductas complejas. Por eso estos son estas instancias se consideran reguladas por multigenes. Estos generan un aumento de riesgo para presentar ciertas conductas pero condicionadas por múltiples situaciones sociales y ambientales. Se consideran que son multifactoriales y, así como existen genes que aumentan ciertas acciones, hay otros que aumentan la resiliencia para padecer ciertas conductas.

Se han descripto  ciertos genes puntuales que generan conductas impulsivas para el riesgo de autoagresión y/o el suicidio, lo cual no significa que la persona vaya a cometer este tipo de decisiones sino que presenta cierto riesgo para las mismas. En otro trabajo dirigido por Jean Decety de la universidad de Chicago se estudió a presos con conductas impulsivas con resonancias funcionales y se observó que ante situaciones de peligro propio responden igual que sujetos normales, con encendido del núcleo amigdalino, el hipotálamo y la corteza prefrontal ventromedial que se relacionan con las sensaciones de empatía. Pero cuando estos sujetos veían en las pruebas a otras personas sufriendo no existía función correcta en las respuestas cerebrales que debían implicarse, considerándose a esta vía como la de la empatía. Es decir que la afectación de la misma podría afectar funcionalmente a las  personas.

La agresión es entonces una de las funciones instintivas claves que colaboran con la toma de decisión final, la cual puede verse alterada en personas antisociales. Trabajar para que las personas susceptibles a realizar conductas agresivas aumenten sus resiliencias sociales es una tarea que se debe plantear, pudiendo disminuir situaciones de riesgo para sí o para terceros.

La respuesta agresiva es una función adaptativa que hace a la supervivencia de los animales superiores y también del homo sapiens, es decir de nosotros.

Así, la especie humana desarrolló este proceso defensivo o cazador. Lo aplicó también parala lucha territorial y la caza;  aprendió a dominar el odio  e interpretarlo culturalmente.

El odio es una emoción basada en la venganza y la violencia primitivamente arraigada en la defesa tribal y gregaria de nuestros ancestros. Invocarlo en forma reiterada pone a la sociedad en riesgo.

Ignacio Brusco*